De niña me encantaba leer. Recuerdo cómo disfrutaba una colección de libros llamada “Elige tu propia aventura”. Eran historias narradas en segunda persona, una invitación a que el pequeño lector protagonizara una aventura. Llegado a un punto del relato, se planteaba una disyuntiva: Si eliges tomar la decisión A, ve a la página x, si tomas la decisión B, ve a la página y. Uno continuaba leyendo por el camino elegido, y más adelante, volvía a plantearse la necesidad de decidir. De acuerdo a las elecciones que uno hiciera, la historia iba siendo más larga o más corta, más o menos afortunada, trágica, feliz, o inesperada.
Me quedé para siempre con la idea de que aquella colección de libros era como la vida misma. Y hoy, cuando miro lo que hicimos y seguimos haciendo con nuestra tierra, siento que, de alguna trágica manera, estamos eligiendo nuestra propia aventura. Y no parece estar yéndonos muy bien. Parece que nuestras decisiones, en términos globales, nos estuvieran llevando derechito a la catástrofe. Algunas personas y grupos en todas partes del mundo están reaccionando, pero aún no sabemos si la “masa crítica” se alcanzará antes de que sea demasiado tarde. En todas partes del planeta hay gente que ya tomó conciencia… ¿será suficiente, llegaremos a tiempo? Depende de las decisiones que tomemos. Todos. Tú y yo, aquí y ahora.
Hasta el momento, parece que hemos tomado la opción del consumismo, en donde lo superfluo se vuelve esencial y lo esencial queda sepultado bajo toneladas de mercancías desechables, de envases vistosos y prescindibles, de productos que dañan nuestra salud y la del planeta. Porque además, vamos entendiendo que así funciona la cosa: cuando le hace mal a nuestra salud, también está sufriendo el planeta.
Entonces…¿Qué acciones podemos tomar para volvernos consumidores responsables?
- Un primer paso puede ser plantearnos moderar las compras que hacemos por impulso. Poner más atención preguntándonos si realmente lo necesitamos. Nuestra economía también agradecerá este cambio de actitud.
- Acostumbrarnos a leer las etiquetas de los productos, especialmente los alimentos. Si está llena de palabras impronunciables, seguro no es saludable. Y recuerda, si no es saludable para ti, la madre tierra tampoco estará feliz de que lo consumas.
- ¿Cuál es el origen del producto? Si tuvo que recorrer medio planeta para llegar a tus manos, es muy probable que sea elaborado por personas que trabajan en condiciones infrahumanas, y que tu dinero termine alimentando ese ciclo perverso en lugar de ir a fortalecer a los productores del lugar donde vives. Además, siempre hay un coste medioambiental en el transporte de estos productos.
- Indaga sobre la firma que lo produce. Cuáles son sus valores reales, qué compromiso tienen con sus propios empleados y con el medioambiente.
- Observa la cantidad de plástico que se utiliza en el envoltorio. Pregúntate si de verdad el uso de ese producto compensa ese derroche. A veces muchos productos que se autodenominan “ecológicos” no tienen en cuenta este punto.
- Recuerda que las palabras “natural” “eco” “bio” han sido despojadas de su verdadero significado, por muchas firmas que se aprovechan de estas denominaciones para vender más. Nos toca interesarnos más por lo que consumimos, porque sólo si salimos de la ignorancia por medio de la información, podremos hacer valer nuestros derechos como consumidores.
- En la ropa, a veces es conveniente pagar un poco más por una prenda que va a durar años, que ahorrarnos unos pocos pesos en ropa que es casi desechable. Recuerda que la industria textil es una de las que más en deuda se encuentra con el medioambiente.
- En las frutas y verduras, ¡elige comer sin pesticidas! Pagar con tu salud por llenar tu cuerpo de venenosos pesticidas no es buen negocio, para nada. Sufre la tierra, que es violentada por el uso indiscriminado de estos venenos, sufre el pobre campesino que debe rociar la sustancia, y que en la mayor parte de los casos termina enfermo de cáncer o de alguna terrible enfermedad, y sufre tu organismo y el de tus seres queridos.
Por último, a partir de éstos y muchos más cambios de hábitos, podremos ir vislumbrando lo que ya hace tiempo es una realidad para los países más desarrollados: los consumidores son quienes verdaderamente tienen el poder, porque sin ellos –nosotros- no funciona el sistema.
Pero para poder reclamar nuestros derechos y concientizarnos de nuestro poder, debemos, sin falta, convertirnos en consumidores RESPONSABLES.
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